Nunca más: Depresión y ansiedad, síntomas de la explotación sistemática
Mucho se habla sobre las medidas de distanciamiento en México y el mundo, y mientras cada país ha tomado distintas medidas, para bien o para mal, para contener la infección, la gran mayoría de los países han hablado con preocupación de una cuestión en específico, dejando en este escrito de lado cuestiones plenamente "económicas y políticas": el impacto de la cuarentena y distanciamiento social en la salud mental de la población en general.
Hoy ahondaremos en todo lo que esto implica y escudriñaremos con un minucioso análisis de la realidad material por qué para las distintas administraciones burguesas fue tan sencillo puntualizar que esto sería un problema antes de que muchas personas siquiera empezaran a presentar "inconvenientes", y todo puede resumirse en dos palabras: hegemonía y productividad.
El distanciamiento social no incluye únicamente quedarse en casa, sino la modificación de una serie de interacciones cotidianas que realizábamos de forma hasta mecánica, interacciones que, si bien no fueron modificadas en su totalidad, sí lo suficiente para que ya no las podamos dilucidar con el mismo sentimiento o desarrollo con el cual previamente lo hacíamos.
Los trabajos que pueden realizarse desde casa (habiendo comentado la cuestión de aquellos que no en un escrito previo) ahora ocupan parte de la vida del trabajador en un espacio que no era el que la cotidianidad dictaba como un espacio de trabajo, su hogar, espacio de descanso y esparcimiento, ha pasado a convertirse en un espacio de trabajo, lejos de los compañeros y compañeras, y lo mismo puede decirse del estudiantado que ya no comparte aulas, sino que se ve en la necesidad de recurrir a medios digitales a los cuales no todos tienen acceso para continuar sus labores académicas.
¿Por qué es que entonces la salud mental de la población se está viendo afectada?
El ritmo de vida dentro de la sociedad capitalista es claro y se basa en la producción y la mecanización ideológica de la misma por medio de los distintos aparatos hegemónicos que se emplean de forma consuetudinaria. Hoy nos encontramos lejos de dicha lógica, y aunque pareciera que nacen nuevos sentimientos o viejas emociones negativas, la rotunda realidad siempre tan inefable demuestra que de nuevas o viejas no tienen absolutamente nada, pues siempre habían estado presentes, mientras que no éramos conscientes de ellas y de la explotación que nos mantenía alienados. El amargo sabor de una tristeza pasajera al salir de clases o de laburar ahora se ha vuelto una sombra que persigue al individuo de forma sistemática por todos los rincones de las cuatro paredes en las cuales se encuentre, los pensamientos de preocupación que invadían al apagar las luces y buscar el confort del sueño ahora son, siempre presentes, motivos de ansiedad. ¿Realmente vivíamos alejados de esto, o es esto otra manifestación clínica de una sociedad sistemáticamente enferma desde sus bases económicas, políticas y culturales?
La incertidumbre es, de forma predominante, una sensación que hoy no escapa de la cabeza de las personas. No saber qué nos deparará, cuánto tiempo durarán las condiciones imperantes, cuánto tiempo pasará hasta volver a compartir con el colectivo, cuándo volveremos a esa cotidianidad que no extrañamos por ser cotidiana, sino por ser un placebo ante las distintas problemáticas que golpetean al ser humano, restado de toda humanidad, en un sistema que se rige, una vez más, en la explotación.
Hoy empezamos a pensar en aquellas cosas que pudimos haber hecho de forma diferente en el pasado, aquellas personas con las cuales no compartimos el tiempo que hubiéramos querido, aquellas cosas que no aprovechamos dentro de lo posible o aquello que queremos hacer a partir de ahora que se ha roto la faceta tan bien construida, pero a su vez tan inverosímil de la entrecomillada normalidad. Nos damos cuenta de la desconexión familiar, social y cultural que tenemos con nuestra propia realidad, y nada de ello es al final una cuestión individual, sino propiamente una expresión sistemática pues nuestras tareas "productivas" dentro de la sociedad nos habían mantenido al margen de nuestras propias condiciones y la realidad material, misma que hoy golpea, de forma suave pero incesante, la puerta de la consciencia al mero estilo de Edgar Allan Poe, como si de aquel cuervo postrado sobre la Palas Atenea se tratase.
La gente ya comienza a sentir los estragos y canalizarlos de distinta forma, sabiendo dentro de lo más profundo que algo siempre estuvo mal y que las manifestaciones de hoy son todo menos espontáneas. Algunos y algunas han comenzado a ponerse en contacto con viejas amistades, hablar con lejanos familiares, realizar actividades que tal vez habían abandonado por el ritmo de la vida diaria, buscar innovar dentro de sus propios espacios y mantener la mente ocupada. Por ello es que es tan relevante entender la cuestión sistemática a la cual hemos estado sujetos por generaciones, los compañeros y compañeras en Chile tras las movilizaciones populares que han arrasado en el país hablaban con firmeza "jamás volver a la normalidad".
Por ello, retomando el poema del párrafo anterior y los contextos combativos de Latinoamérica y el mundo nos corresponde hoy decir con total seguridad que lo que se considera una enfermedad no es más que la respuesta fisiológica del organismo ante condiciones que le ponen en riesgo y le obligan a desprenderse de su propio bienestar para cumplir con su papel dentro de la cadena de producción, y por ello debemos decir que tanto ahora como después de que las medidas de distanciamiento cesen, conscientes ya de nuestra realidad, no permitiremos volver a la "normalidad", como el cuervo al unísono, no lo permitiremos nunca más.

Por Ángel G. Alva
Estudiante de medicina de la UNAM, parte del Frente Estudiantil Médico.
Marxista-Leninista